Calor y alcohol resultan una mala combinación. Alguno de los recientes trágicos casos de muerte por golpe de calor, habituales en verano, tenía relación con el consumo de alcohol. Por su efecto vasodilatador, el alcohol incrementa el riesgo de padecer un golpe de calor, porque hace más difícil que el organismo ponga en marcha el mecanismo que alerta sobre el aumento de la temperatura corporal.
El alcohol no ayuda a hidratar nuestro organismo
“Cuando hace calor, el organismo tiende a deshidratarse”, explica el doctor David Rodríguez, profesor de la Universidad de Salamanca y autor del libro Alcohol y cerebro. “Perdemos mucho líquido, ya que el sudor ayuda a bajar la temperatura de nuestro cuerpo”. Perdemos agua sin darnos cuenta y aunque no lo parezca, al no haber gotas o sudoración continua”. A esto se le une que nuestro metabolismo está más activo, “ya que nuestro mecanismo de termorregulación tiene que trabajar más” para mantener la temperatura corporal.
El alcohol pone trabas a ambos procesos: por un lado, es diurético, lo que contribuye aún más a la deshidratación, ya que eliminamos más agua al orinar; por el otro, “estamos sometiendo al metabolismo al procesamiento de una sustancia extra”, con lo que dificultamos su trabajo.
Además de eso y como tenemos calor, es fácil “beber más cantidad”, con lo que entramos en un círculo vicioso que acaba al día siguiente con dolor de cabeza, náuseas y lamentos. Todo esto se ha de sufrir a 38 grados, sumando un nuevo inconveniente: “Al malestar propio le unes el malestar externo”.
Y si al calor habitual le sumamos una ola de calor, nos encontramos con que “hay que extremar las medidas”.
La cerveza no sustituye al agua
Por mucho que la cerveza o el tinto de verano estén fríos, lo que realmente funciona para combatir el calor es el agua. Es cierto que la cerveza, por ejemplo, tiene mucha agua y se sirve fría, pero también tiene alcohol: “No podemos usar las bebidas alcohólicas como un sustituto del agua”.
De hecho, aparte de propiciar las resacas, las bebidas alcohólicas pueden incrementar el riesgo de sufrir un golpe de calor. Esto ocurre cuando el organismo no puede regular su temperatura y llega a los 40 grados. Es más fácil que se dé esta situación, explica Rodríguez, si en lugar de ayudar al metabolismo con agua, le damos más trabajo con una de estas bebidas, que además contribuyen a la deshidratación.
Entonces, ¿no puedo beberme una cervecita?
Aunque a menudo se dice que el alcohol en pequeñas cantidades tiene efectos positivos, Rodríguez es muy escéptico. El posible beneficio a dosis bajas (el equivalente a una copa de vino) es dudoso y solo se aplicaría al sistema cardiovascular. Es mejor caminar 30 minutos al día que beberse esa copa y es mejor comer uvas que beber vino tinto.
No es que Rodríguez esté por implantar la ley seca, solo quiere que afrontemos su consumo sin excusas: “Siempre que queremos beber alcohol lo intentamos justificar con alguna finalidad. Hay que ser honestos y admitir que nos gusta”.
Beber afecta especialmente a la corteza prefrontal, que es la región del cerebro que planifica y evalúa riesgos y beneficios. Cuando bebemos, su actividad es mucho menor, por lo que tomamos decisiones haciendo valoraciones a corto plazo. Es decir, “tenemos más relajado el sistema de tolerancia” y no vemos ningún mal en tomarnos una copa más. En conclusión, “es muy difícil establecer límites”.
“El alcohol no es recomendable en ninguna dosis -avisa-. La OMS dice que cuanto menos bebamos, mejor. Y hay que tener en cuenta que la cantidad de la dosis influye sobre los efectos y que además es una sustancia adictiva”.